Reflexiones en torno a la guerra primitiva y la violencia contemporánea
Genaro Rus de Cea
Gilles Lipovetsky considera que
las sociedades primitivas o salvajes están gobernadas por la venganza y el
honor. El honor se hace presente cuando
ni la economía ni el individuo son esferas autónomas de la sociedad. Cuando
existe venganza implica que existe una subordinación de lo individual por lo
social; hacer la guerra o vengarte de tu vecino siempre es por el honor del
grupo y no del individuo. La vida no
tiene sentido si el honor está manchado. De ahí que el honor sea el que regula
la violencia, que regule la guerra. Esta última está lejos de ser sólo un
botín económico; es el prestigio el que está en juego. La venganza es el motor
de esta guerra. Es gracias a ella que los hombres primitivos entran en una
batalla sangrienta, en actos de violencia.
La venganza es un imperativo social; no depende del individuo. Representa
el contrapeso de las cosas. De ahí que Girard no esté en lo correcto cuando
afirma que el sacrificio es el que regula, sustituye y controla la venganza.
Para Lipovetsky ésta no puede ser controlada y,
sobre todo, detenida. Esta sustitución (del sacrificio por el de la
venganza) que propone Girard es en realidad el resultado de considerar a la
venganza como algo malo; un comportamiento anómalo que debe ser controlado al
máximo dadas sus catástrofes sociales.
Al contrario Lipovetsky parte del principio de que tanto el honor como la
venganza son “códigos” inevitables y por lo tanto “necesarios” para la sociedad
holista e igualitaria que representan los primitivos o salvajes. Se trata
de un valor tan fundamental como el de la generosidad. Permite la simetría y el
restablecimiento de un equilibrio entre las sociedades y entre los vivos y los
muertos.
La violencia no es, como afirmaba
Lévi-Strauss, el resultado de un intercambio mal logrado. El intercambio y la
reciprocidad están inmersos en una lucha simbólica y de prestigio, por lo
tanto, como afirmaba P. Clastres, la violencia es una prolongación de todo
intercambio, pues éste no busca alianzas eternas e inamovibles que terminen con
la autonomía de las sociedades primitivas. Como dice Lipovetsky, “el
intercambio prohíbe las amistades duraderas, la emergencia de lazos permanentes
que soldarían de manera indisoluble la comunidad con tal o de sus vecinos,
perdiendo así su autonomía” (2000:182).
De ahí que el sacrificio no
cumpla con la sustitución de la que hablaba Girard sino que sea parte
fundamental de la misma, “una exigencia de sangre sin disfraces”. El ritual violento, como las iniciaciones,
es una prolongación de la venganza, pues permite que la crueldad y la sangre
restablezcan la unión entre hombres y muertos. De igual forma, la brujería
no puede estar separada de la violencia y el estado de guerra permanente de los
pueblos primitivos. Es la guerra contra el vecino, no contra un grupo distinto,
es entre individuos. Con le brujería prevalece la reciprocidad entre los
individuos que están en constante conflicto, de ahí que todo lo que pase tiene
que estar involucrando al otro que es mi vecino, mi enemigo, pero también al
que tengo que considerar para mantener la paz mediante el intercambio. Pero es
este intercambio el que permite que las relaciones estén al borde de la
violencia; no existe intercambio sin que se presente el conflicto.
LA BARBARIE
La venganza sirve de igual forma
para evitar el surgimiento del individualismo característico de las sociedades
modernas, pues con el advenimiento del Estado continua la guerra pero disociada
de la venganza. Se trata de una violencia conquistadora comenzando con ello un
nuevo culto al poder y el inicio de la barbarie. Con la nueva organización militar no todos los integrantes de un grupo
participan en las actividades violentas, es decir, en las tácticas guerreras.
Esto no quiere decir que se haya eliminado la violencia interindividual, es
decir, que la violencia por el honor la venganza se haya disipado entre los
integrantes de una población. Al contrario, ésta violencia continúa aún
cuando es evidente que entre la guerra y la venganza ya no están ligadas ni
circunscritas al intercambio entre personas y
entre éstas y los muertos.
A diferencia de Girard,
Lipovestky afirma que la violencia desatada por la venganza y el honor perduran
durante la presencia del Estado, sin embargo, a diferencia de lo que sucedía
entre los grupos primitivos donde, como un todo, sus integrantes se envolvía en
vendettas totales, ahora estas venganzas son individuales. Ahora, la crueldad
ya no está amparada por el ritual; existe en el Estado el gusto por la
crueldad. En esta etapa de barbarie, la exigencia grupal por la sangre niega
cualquier necesidad individual. La guerra es una institución suprema dentro de
este estado barbárico.
EL PROCESO DE CIVILIZACIÓN
El planteamiento de este autor
desconcierta pues afirma que desde el siglo XVIII este gusto por la sangre y la
crueldad que se veía en el predominio de la guerra deja de existir para dar
pasa a una suavización de la violencia y los homicidios; de las penas de muerte
y los duelos. Ahora las pulsiones agresivas son rechazadas. Aspecto que no
sucedía antes cuando había posibilidad de dar rienda suelta a este impulso
desastroso. Esta situación tiene que ver con la sujeción y al orden establecido
por el Estado soberano. El individuo y
no el grupo, es lo que se toma como fin último. Es por ello que la
violencia interindividual deja de estar tan presente en la vida cotidiana y por
lo tanto penalizada y perseguida. Es el
advenimiento del individualismo, donde la propiedad privada, la intimidad, el
bienestar cobran un valor supremo. El individuo rechaza someterse a reglas
externas a él. A las costumbres delegadas por los antepasados. La venganza por el honor de deja de estar
presente pues ya no existe la necesidad de anclar la existencia al grupo o al
linaje. La relación del individuo con el grupo se disuelve o diluye para
fortalecer un apego a las cosas. Por ello es improbable que actualmente se
llevan a cabo vendettas entre grupos pues nada ello interesa al individuo.
Esto ha hecho que el individuo
esté aislado de sus semejantes y se mantenga indiferente ante lo que le rodea;
el otro ya no representa una amenaza en tanto que el Estado se convierte en el
garante de su seguridad de sus bienes materiales. Traigo a colación la recomendación de no atacar al que está
robando tu casa si lo encuentras infraganti. En nuestra sociedad es un delito
tomar venganza o luchar con el asaltante, pues si éste llega a morir, el que va
a la cárcel es el dueño del hogar. Es el Estado el que tienen las facultades
para ejercer la violencia.
No es que exista igualdad entre
los individuos, es decir, donde todos vivan pacíficamente. De hecho la igualdad
era parte del estado de guerra constante donde todos estaban en una situación
similar y por lo tanto era posible entablar un duelo o iniciar una vendetta por
alguna brujería. Ahora tampoco existe igualdad
sino atomización entre los individuos; indiferencia entre unos y otros y eso es
lo que permite esta suavización. Ya nada dicta lo que debe creerse y
pensarse; ya no existen lazos más allá del individuo que lo ate a una guerra apasionada. Aún así, el individuo
se vuelve más sensible a lo que le sucede al otro; a la sangre y la violencia
que sufren otros. Ahora es insoportable esa violencia que antes era parte de la
existencia como grupo. Es una indiferencia del otro y al mismo tiempo una
sensibilidad del dolor que sufre el otro.
En la era del consumo, el otro,
el vecino, el que está a mi lado, ya no es importante. Es un miembro alejado de
la familia. La violencia verbal también se ha suavizado, se ha
“desubstancializado”, es decir, carece de un significado interindividual. No
tiene objeto ni sentido. Entre padres e hijos la violencia ha disminuido o se
estigmatiza el castigo físico del primero sobre el segundo disminuyendo con
ello la jerarquía y la autoridad. En el individualismo posmoderno el ser humano
extiende su identificación con lo no humano, por lo tanto, así como siente pena
por el otro e indiferencia al mismo tiempo, también sucede lo mismo con los
animales.
El individuo de esta sociedad
criminaliza la violencia, la vuelve un problema que hay que erradicar por
completo. De ahí que aún cuando la gran mayoría de la población considere que
existe inseguridad y violencia en realidad es producto de esta alarma constante
donde no se soporta ninguna expresión de violencia. Hay una amplificación de
los riesgos ante el desequilibrio individual. El narcisismo, inseparable de un
miedo endémico, se conforma sólo cuando el exterior se presenta totalmente
amenazador. De ahí que se desarrollen actos totalmente individualistas como
encerrarse en casa, indiferencia al otro si por ejemplo hay un sonido de
alarma.
Expresiones artísticas y de los
medios de comunicación masiva donde se presenta la violencia sin tapujos son el
lado opuesto de lo que se presenta en la sociedad. El efecto hard es correlativo a la sociedad cool. Es la cara opuesta pero al mismo tiempo, es homóloga en término lógicos. Ante la paulatina disolución de
referencias, hay una respuesta de radicalidad, una exaltación de los signos y
hábitos de lo cotidiano.
CRIMENES Y SUICIDAS: EL EFECTO
HARD
Mientras que las mayorías se
vuelcan en procesos de suavización y de
repulsión de la violencia, las minorías recrudecen sus actos violentos. No es
que haya aumentado el volumen de los delincuentes sino que al contrario, los
pocos que están del lado del hampa se han vuelto más violentos. Son jóvenes
muchos de ellos que están marginados culturalmente. Esto demuestra que la
violencia es más un asunto de grupos periféricos y marginados. “Se convierte en
una realidad de minorías. Pero no hay que confundirnos, esto no es una
expresión de una expresión arcaica de la violencia. Es el resultado de este
hiperindividualismo y de una expresión contraria de la sociedad y el orden
cool. La violencia hard es una violencia sin orden ni proyecto; es más
espontánea y desesperada. Hay una misma indiferencia por el otro y una
desubstanciación en los actos de violencia. En el crimen de ahora ya no existe
el anonimato, o los lugares ocultos donde se llevan a cabo los asaltos y los
homicidios; ahora es a plena luz del día sin ninguna preocupación por ser
reconocidos”.
El suicidio forma parte de esta
violencia hard al ser totalmente un acto egoísta. Esto quiere decir que el aumento
del narcisismo y del individualismo va aparejado un aumento de formas de
autodestrucción. Los jóvenes son los más propensos a este tipo de violencia al
tener ningún referente social al ser incapaces de afrontar lo real. El suicidio
no es tanto un deseo de muerte sino de expresión narcisista derivada de una
depresión espontánea; es una forma de matarse sin querer realmente morir. De
afirmar el individuo frente a la sociedad.
Lipovestki nos deja sin duda, una
serie de reflexiones que incomodan nuestra forma de vida. Nos hace reflexionar
y nos lleva a cuestionar nuestra repulsión hacia la violencia al contraponerla
a la guerra primitiva.
Muy buen aporte Genaro, esperemos que sigas contribuyendo al blog.
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