sábado, 9 de junio de 2012

Reflexiones en torno a la guerra primitiva y la violencia contemporánea


Reflexiones en torno a la guerra primitiva y la violencia contemporánea


Genaro Rus de Cea
Gilles Lipovetsky considera que las sociedades primitivas o salvajes están gobernadas por la venganza y el honor. El honor se hace presente cuando ni la economía ni el individuo son esferas autónomas de la sociedad. Cuando existe venganza implica que existe una subordinación de lo individual por lo social; hacer la guerra o vengarte de tu vecino siempre es por el honor del grupo y no del individuo. La vida no tiene sentido si el honor está manchado. De ahí que el honor sea el que regula la violencia, que regule la guerra. Esta última está lejos de ser sólo un botín económico; es el prestigio el que está en juego. La venganza es el motor de esta guerra. Es gracias a ella que los hombres primitivos entran en una batalla sangrienta, en actos de violencia.
La venganza es un imperativo social; no depende del individuo. Representa el contrapeso de las cosas. De ahí que Girard no esté en lo correcto cuando afirma que el sacrificio es el que regula, sustituye y controla la venganza. Para Lipovetsky ésta no puede ser controlada y,  sobre todo, detenida. Esta sustitución (del sacrificio por el de la venganza) que propone Girard es en realidad el resultado de considerar a la venganza como algo malo; un comportamiento anómalo que debe ser controlado al máximo dadas sus catástrofes sociales. Al contrario Lipovetsky parte del principio de que tanto el honor como la venganza son “códigos” inevitables y por lo tanto “necesarios” para la sociedad holista e igualitaria que representan los primitivos o salvajes. Se trata de un valor tan fundamental como el de la generosidad. Permite la simetría y el restablecimiento de un equilibrio entre las sociedades y entre los vivos y los muertos.
La violencia no es, como afirmaba Lévi-Strauss, el resultado de un intercambio mal logrado. El intercambio y la reciprocidad están inmersos en una lucha simbólica y de prestigio, por lo tanto, como afirmaba P. Clastres, la violencia es una prolongación de todo intercambio, pues éste no busca alianzas eternas e inamovibles que terminen con la autonomía de las sociedades primitivas. Como dice Lipovetsky, “el intercambio prohíbe las amistades duraderas, la emergencia de lazos permanentes que soldarían de manera indisoluble la comunidad con tal o de sus vecinos, perdiendo así su autonomía” (2000:182).
De ahí que el sacrificio no cumpla con la sustitución de la que hablaba Girard sino que sea parte fundamental de la misma, “una exigencia de sangre sin disfraces”. El ritual violento, como las iniciaciones, es una prolongación de la venganza, pues permite que la crueldad y la sangre restablezcan la unión entre hombres y muertos. De igual forma, la brujería no puede estar separada de la violencia y el estado de guerra permanente de los pueblos primitivos. Es la guerra contra el vecino, no contra un grupo distinto, es entre individuos. Con le brujería prevalece la reciprocidad entre los individuos que están en constante conflicto, de ahí que todo lo que pase tiene que estar involucrando al otro que es mi vecino, mi enemigo, pero también al que tengo que considerar para mantener la paz mediante el intercambio. Pero es este intercambio el que permite que las relaciones estén al borde de la violencia; no existe intercambio sin que se presente el conflicto.

LA BARBARIE
La venganza sirve de igual forma para evitar el surgimiento del individualismo característico de las sociedades modernas, pues con el advenimiento del Estado continua la guerra pero disociada de la venganza. Se trata de una violencia conquistadora comenzando con ello un nuevo culto al poder y el inicio de la barbarie. Con la nueva organización militar no todos los integrantes de un grupo participan en las actividades violentas, es decir, en las tácticas guerreras. Esto no quiere decir que se haya eliminado la violencia interindividual, es decir, que la violencia por el honor la venganza se haya disipado entre los integrantes de una población. Al contrario, ésta violencia continúa aún cuando es evidente que entre la guerra y la venganza ya no están ligadas ni circunscritas al intercambio entre personas y  entre éstas y los muertos.
A diferencia de Girard, Lipovestky afirma que la violencia desatada por la venganza y el honor perduran durante la presencia del Estado, sin embargo, a diferencia de lo que sucedía entre los grupos primitivos donde, como un todo, sus integrantes se envolvía en vendettas totales, ahora estas venganzas son individuales. Ahora, la crueldad ya no está amparada por el ritual; existe en el Estado el gusto por la crueldad. En esta etapa de barbarie, la exigencia grupal por la sangre niega cualquier necesidad individual. La guerra es una institución suprema dentro de este estado barbárico.

EL PROCESO DE CIVILIZACIÓN
El planteamiento de este autor desconcierta pues afirma que desde el siglo XVIII este gusto por la sangre y la crueldad que se veía en el predominio de la guerra deja de existir para dar pasa a una suavización de la violencia y los homicidios; de las penas de muerte y los duelos. Ahora las pulsiones agresivas son rechazadas. Aspecto que no sucedía antes cuando había posibilidad de dar rienda suelta a este impulso desastroso. Esta situación tiene que ver con la sujeción y al orden establecido por el Estado soberano. El individuo y no el grupo, es lo que se toma como fin último. Es por ello que la violencia interindividual deja de estar tan presente en la vida cotidiana y por lo tanto penalizada y perseguida. Es el advenimiento del individualismo, donde la propiedad privada, la intimidad, el bienestar cobran un valor supremo. El individuo rechaza someterse a reglas externas a él. A las costumbres delegadas por los antepasados. La venganza por el honor de deja de estar presente pues ya no existe la necesidad de anclar la existencia al grupo o al linaje. La relación del individuo con el grupo se disuelve o diluye para fortalecer un apego a las cosas. Por ello es improbable que actualmente se llevan a cabo vendettas entre grupos pues nada ello interesa al individuo.
Esto ha hecho que el individuo esté aislado de sus semejantes y se mantenga indiferente ante lo que le rodea; el otro ya no representa una amenaza en tanto que el Estado se convierte en el garante de su seguridad de sus bienes materiales. Traigo a colación la recomendación de no atacar al que está robando tu casa si lo encuentras infraganti. En nuestra sociedad es un delito tomar venganza o luchar con el asaltante, pues si éste llega a morir, el que va a la cárcel es el dueño del hogar. Es el Estado el que tienen las facultades para ejercer la violencia.
No es que exista igualdad entre los individuos, es decir, donde todos vivan pacíficamente. De hecho la igualdad era parte del estado de guerra constante donde todos estaban en una situación similar y por lo tanto era posible entablar un duelo o iniciar una vendetta por alguna brujería. Ahora tampoco existe igualdad sino atomización entre los individuos; indiferencia entre unos y otros y eso es lo que permite esta suavización. Ya nada dicta lo que debe creerse y pensarse; ya no existen lazos más allá del individuo que lo ate  a una guerra apasionada. Aún así, el individuo se vuelve más sensible a lo que le sucede al otro; a la sangre y la violencia que sufren otros. Ahora es insoportable esa violencia que antes era parte de la existencia como grupo. Es una indiferencia del otro y al mismo tiempo una sensibilidad del dolor que sufre el otro.
En la era del consumo, el otro, el vecino, el que está a mi lado, ya no es importante. Es un miembro alejado de la familia. La violencia verbal también se ha suavizado, se ha “desubstancializado”, es decir, carece de un significado interindividual. No tiene objeto ni sentido. Entre padres e hijos la violencia ha disminuido o se estigmatiza el castigo físico del primero sobre el segundo disminuyendo con ello la jerarquía y la autoridad. En el individualismo posmoderno el ser humano extiende su identificación con lo no humano, por lo tanto, así como siente pena por el otro e indiferencia al mismo tiempo, también sucede lo mismo con los animales.
El individuo de esta sociedad criminaliza la violencia, la vuelve un problema que hay que erradicar por completo. De ahí que aún cuando la gran mayoría de la población considere que existe inseguridad y violencia en realidad es producto de esta alarma constante donde no se soporta ninguna expresión de violencia. Hay una amplificación de los riesgos ante el desequilibrio individual. El narcisismo, inseparable de un miedo endémico, se conforma sólo cuando el exterior se presenta totalmente amenazador. De ahí que se desarrollen actos totalmente individualistas como encerrarse en casa, indiferencia al otro si por ejemplo hay un sonido de alarma.
Expresiones artísticas y de los medios de comunicación masiva donde se presenta la violencia sin tapujos son el lado opuesto de lo que se presenta en la sociedad. El efecto hard es correlativo a la sociedad cool. Es la cara opuesta pero al mismo tiempo, es homóloga en término lógicos.  Ante la paulatina disolución de referencias, hay una respuesta de radicalidad, una exaltación de los signos y hábitos de lo cotidiano.

CRIMENES Y SUICIDAS: EL EFECTO HARD
Mientras que las mayorías se vuelcan en  procesos de suavización y de repulsión de la violencia, las minorías recrudecen sus actos violentos. No es que haya aumentado el volumen de los delincuentes sino que al contrario, los pocos que están del lado del hampa se han vuelto más violentos. Son jóvenes muchos de ellos que están marginados culturalmente. Esto demuestra que la violencia es más un asunto de grupos periféricos y marginados. “Se convierte en una realidad de minorías. Pero no hay que confundirnos, esto no es una expresión de una expresión arcaica de la violencia. Es el resultado de este hiperindividualismo y de una expresión contraria de la sociedad y el orden cool. La violencia hard es una violencia sin orden ni proyecto; es más espontánea y desesperada. Hay una misma indiferencia por el otro y una desubstanciación en los actos de violencia. En el crimen de ahora ya no existe el anonimato, o los lugares ocultos donde se llevan a cabo los asaltos y los homicidios; ahora es a plena luz del día sin ninguna preocupación por ser reconocidos”.
El suicidio forma parte de esta violencia hard al ser totalmente un acto egoísta. Esto quiere decir que el aumento del narcisismo y del individualismo va aparejado un aumento de formas de autodestrucción. Los jóvenes son los más propensos a este tipo de violencia al tener ningún referente social al ser incapaces de afrontar lo real. El suicidio no es tanto un deseo de muerte sino de expresión narcisista derivada de una depresión espontánea; es una forma de matarse sin querer realmente morir. De afirmar el individuo frente a la sociedad.
Lipovestki nos deja sin duda, una serie de reflexiones que incomodan nuestra forma de vida. Nos hace reflexionar y nos lleva a cuestionar nuestra repulsión hacia la violencia al contraponerla a la guerra primitiva.
  

jueves, 10 de mayo de 2012

El levantamiento del General de la Nación Pima a principios del siglo XVIII.


El levantamiento del General de la Nación Pima a principios del siglo XVIII.
Reflexiones sobre la guerra y la paz durante el dominio español.
Genaro Rus.
En 1723 se llevó a cabo el juicio contra de Don Thomas, “General de la Nación Pima”. Fue acusado por incitar a los pimas a la sublevación; por no respetar las normas instauradas bajo la obediencia de los sacramentos como el matrimonio y fomentar el consumo de bebidas alcohólicas. El juicio que se llevó a cabo en Yécora, en la “frontera de la sierra”, en el actual estado de Sonora, y ante el Alcalde Mayor Joseph de Ulloa (procedente de la provincia de Ostimuri), donde hace comparecer a nueve testigos.
Una de las principales acusaciones que le hacían a Don Thomas era que intentaba alzarse en un peñol llamado “Guagualoco”, muy cerca de Moris, con su gavilla con armas y provisiones. Uno de los testigos señalaba que D Thomas les decía a los pimas “que hicieran muchas flechas que no se dejasen coger de las justicias”, que si los agarraban que “los matazen, que todos se yrían a Guagualoco con sus mugeres y que allí vivieran como los antiguos”.
La intención de Don Thomas era alejarse del dominio español; del trabajo que les imponían en los reales de minas; de las costumbres impuestas por los jesuitas; de las autoridades incluyendo a los gobernadores indígenas y a todos aquellos que estaban a favor del gobierno español. Según los testigos, en el peñol de Guagualoco había “muchos xentiles alsados” de todas partes de la sierra. De tal forma que para los españoles  representaba un verdadero peligro que alguien como Don Thomas llegara a ese punto donde los pimas pretendían vivir como los antiguos.
Todos los testigos coincidieron en que el General ya estaba a punto de irse a ese lugar pues ya tenía caballos y mucho ganado en el lugar llamado Cuxuma, que estaba de camino a Guagualoco, junto al pueblo de Moris. Sin embargo, los españoles impidieron que los pimas se “alzaran”. Capturaron a Don Thomas y lo llevaron a la cárcel en Río Chico.
El documento invita sin duda a la reflexión sobre la guerra en la Sierra Madre Occidental en el siglo XVIII. Los pimas, antes de la llegada de los españoles estaban conformados bajo principios totalmente distintos al orden social de los Estados Tributarios. No existía un grupo dominante que centralizara el poder político. Por lo tanto, no existía una sofisticación militar que estuviera bajo las órdenes de este grupo dominante para acrecentar su poder y obtener riquezas. Es muy probable que vivieran regidos por el parentesco y que sus guerras fueran transitorias dependiendo de los recursos disponibles y las alianzas matrimoniales entre grupos locales. Este tipo de organización, como advierte Eric Wolf (2002), no permitía la conformación de una organización militar sofisticada. No quiere decir que no existiera violencia y guerras entre los distintos grupos locales conformados bajo el parentesco y dependientes de los recursos escasos. Sin embargo, las guerras no se prolongaban y eran alternadas por periodos de paz.
Con la colonización europea de la sierra Madre Occidental todo cambió. En principio se instauró un grupo organizado encargado de la recaudación tributaria de los indígenas, es decir, los jesuitas fueron los “especialistas”, en términos de Wolf, que administraban los pueblos conquistados y que se en cargaban de la explotación y la coerción en nombre de Dios y la Corona española. Establecieron jerarquías sociales que antes no existían y comenzaron a inculcar las jerarquías entre los mismos nativos bajo una lógica militar. El cargo de General de la Nación Pima es el ejemplo de la intención jesuítica de conformar un gobierno regido por una lógica militar. Sin embargo, todo parece indicar que Don Thomas se les salió de las manos y comenzó un movimiento autonómico en pleno siglo XVIII.
Como General, Don Thomas asumió el papel que se le había sido asignado; ser una autoridad o representante moral de una nación, de un grupo étnico, que estaba en formación, pero desconociendo el dominio español. Sin embargo, todo parece indicar que la gente de las otras misiones, incluyendo a Moris, no lo siguieron; solo unos cuantos de Maicoba se fueron con él al peñol llamado Guagualoco. Esto en realidad confirma la hipótesis de que antes de la llegada de los españoles los pimas no estaban conformados como un grupo étnico y menos bajo la lógica de un estado tributario, gobernado por un grupo a cargo del control de la población. No existían autoridades. Había guerras pero formaban parte de un ciclo donde se intercalaba la paz en periodos relativamente cortos. Los pimas de Yepachi, Moris y Yécora no siguieron a Don Thomas porque en cierta medida los indígenas de ese tiempo se movían bajo la lógica de los grupos conformados por el parentesco y las alianzas matrimoniales y donde prevalecía el ciclo de la guerra y la paz.